Hay razones por las que los muertos honorables descansan bajo pesadas losas de piedra, con los trofeos de logros pasados y tesoros apilados a sus pies. Sus hazañas en el pasado les ganaron honor y respeto, y su largo servicio y sacrificio les compró un largo descanso en la otra vida. Pero espíritus tan feroces no descansan tan fácilmente. Al igual que en vida, son rápidos para la ofensa y no dudan en tomar acciones contra los que los agravian. Más de un ladrón de tumbas se ha encontrado con un funesto final cuando el espíritu del cacique al que ha intentado robar los tesoros le ha hecho frente.
Este terrible drama ahora está siendo interpretado a gran escala en el Campo de los Muertos en Cimmeria, al
haber invadido este lugar sagrado una gran fuerza de guerreros Vanir. Ellos están saqueando las tumbas de los antiguos caciques y llevándose reliquias arcanas con ellos. Los cuerpos han sido tirados en la tierra sucia, o ultrajados por los cuchillos Vanires. Ahora los espectros de los enfadados caciques merodean la región sureste del bosque, buscando venganza contra aquellos que los han profanado, o cualquier forma de vida desafortunada que se cruce por su camino.
Aún peor, las excavaciones de los Vanires han desvelado reliquias de un tiempo aún más antiguo si cabe. En el borde norte del Campo de los Muertos, los saqueadores han encontrado ruinas Atlantes y mientras excavaban túneles entre el cementerio Cimmerio han encontrado una tumba aún más vieja que la misma montaña. Cuando los Vanires irrumpieron en la tumba, se sorprendieron al encontrar el lugar de descanso de una alta y poderosa mujer, descansando con una armadura ceremonial atlante y rodeada de bienes como si de un cacique mítico se tratara. Su nombre, escrito en las runas de la perdida Atlantis, fue Cacique Toirdealbach.
Nada de eso importó a los Vanires, tan solo se preocuparon de las reliquias de la tumba. Los dedos de Toirdealbach fueron cortados para quitarle sus anillos, y su cuello degollado para conseguir su torque de oro. Sus restos fueron tirados por el suelo de piedra, como si fueran los restos de un esclavo. Pero los rostros codiciosos de los Vanires cambiaron a gritos de horror cuando el espíritu vengativo del enfadado cacique se elevó ante ellos. Solo uno de los saqueadores escapó para contar lo que había visto, aunque falleció al poco tiempo a causa de sus heridas. Desde entonces los misteriosos líderes de los saqueadores han enviado un grupo tras otro a la tumba, cada uno mejor armado que el anterior, pero ninguno ha regresado. Sus cuerpos retorcidos llenan los túneles que llevan al lugar de descanso del Cacique Toirdealbach, advirtiendo a los buscadores de tesoros del gran peligro que les espera.